domingo, 24 de marzo de 2024

Más claro, echale agua (bendita)

 (vía Horacio Verbitsky en El cohete a la luna)


 

 

sábado, 23 de marzo de 2024

Las mil y una castas

Por Daniel Link para Perfil

Es Antonio Gramsci quien más ha trabajado con la oposición “casta de gobierno separada del pueblo” (Los intelectuales y la organización de la cultura). Por supuesto, las castas son plurales (casta sacerdotal, casta militar, estamentos, etc.).

Detengamonos en la que más persistentemente ha sufrido el común desprecio. En Enrique VI, William Shakespeare le hace decir a uno de sus personajes: “Lo primero que hay que hacer es matar a todos los abogados”.

Casi al mismo tiempo, Francisco de Quevedo se queja en el Sueño de la muerte: “—Hay plaga de letrados. No hay otra cosa sino letrados, porque unos lo son por oficio, otros lo son por presumpción, otros por estudio (y destos pocos), y otros (estos son los más) son letrados porque tratan con otros más ignorantes que ellos”. En el sueño del juicio final letrados, jueces, abogados, escribanos y ministros de la justicia habitan en las sucesivas visiones del infierno quevediano. En un famoso soneto, Quevedo lanza a los letrados el veredicto “o lávate las manos con Pilatos, / o, con la bolsa, ahórcate con Judas”.

La casta de los abogados ha sabido desde siempre despertar la animadversión de los fuera-de-casta. Un chiste corriente y muy antiguo se pregunta¿Cuál es la diferencia entre una sanguijuela y un abogado? Que la sanguijuela deja de chuparte la sangre cuando te morís”.

Detrás de un odio exacerbado a una casta, conviene preguntarse desde dónde ha sido formulado porque tal vez el odio sólo funcione como revelación de la adhesión a otra. Odiar a la casta de los aparatos de gobierno es una pulsión bastante corriente (por no decir vulgar), pero sorprende cuando son los mismos gobernantes los que sostienen ese odio. Tal vez haya allí una confusión de nombres y se trate del persistente y nada original odio a la casta de letrados.

Sólo se puede odiarla tanto desde el punto de vista del economista o el contador, a quienes no les viene mal la advertencia de Héctor Guyot, “cuando olvida el fondo contradictorio del propio ser humano, tanto en su carácter de observador implicado como en su ingrato rol de conejillo de indias irreductible a la planilla de Excel”.

Casta contra casta. El letrado contra el economista, dibujados por José Guadalupe Posadas: no importa quién gane, seremos sus víctimas.

 

sábado, 16 de marzo de 2024

Advertencia número 8


 

La nave de los locos

Por Daniel Link para Perfil

Hedwig invita a sus amigas a tomar el té. Conversan sobre una judía rica a la que, en otros tiempos, su propia madre servía. Rudolf participa de una gran celebración ante un nuevo logro en el procesamiento de judíos. Cuando su mujer, Hedwig, le pregunta si disfrutó de la fiesta, contesta que se distrajo pensando desde un balcón cómo gasearía a la concurrencia, reunida en un palacio de techos altísimos.

La casa de Hedwig es un bello vergel: se suceden los canteros con flores, la huerta, los árboles frutales. Hay una piscina donde los tres hijos de la familia se divierten con sus amigos.

En el fondo, siempre visible, una pared de cemento separa la propiedad del campo de concentración de Auschwitz, donde Rudolf oficia de comandante. Durante las comidas, mientras los niños juegan, cuando hay una reunión de oficiales para mejorar el procedimiento de incineración, siempre se escuchan los gritos, los disparos, los llantos de bebés, los trenes. De noche, los hornos crematorios tiñen de rojo el cielo.

Molesta con una de sus criadas, Hedwig le dice que su marido podría cremarla en cinco minutos.

Cuando le ordenan a Rudolf que se traslade a Oranienburg, Hedwig decide quedarse con sus hijos y su perro en la casa, que tanto representa para ella, sus amigas y su familia.

Se insinúa que tiene aventuras con algunos de los trabajadores judíos del campo, se muestra que Rudolf tiene sexo con mujeres judías prisioneras.

Vi la película por recomendación de Albertina Carri, quien agregó, por si su criterio no fuera suficiente, que era candidata al Oscar. Ganó como mejor película extranjera. The Zone of Interest fue realizada por Jonathan Glazer a partir de la novela homónima de Martin Amis, muy libremente adaptada. De hecho, Glazer investigó durante dos años en los archivos de Auschwitz, repuso los nombres originales de los protagonistas, ajustó los detalles a los testimonios.

Más allá de su enorme valor cinematográfico, The Zone of Interest nos obliga a pensar en esa catástrofe que domina el Siglo XX, nos sumerge una vez más en una pesadilla que nos constituye y que determina la forma de humanidad que desempeñamos.

El espanto de la película de Glazer nos interpela directamente. Esa ficción de normalidad (que nosotros supimos llamar “nueva normalidad” durante el gran experimento de control social) sucede en un contexto de locura intolerable. Pero, ¿quiénes son los locos? ¿Los que ejecutan las acciones dementes de las que son un índice la banda sonora, justamente premiada en Los Ángeles, o los que siguen sus vidas como si nada sucediera?

Rudolf lleva a sus hijos a nadar al río, del que tienen que salir intempestivamente: está lleno de cenizas y de restos oseos. Nadie (salvo tal vez la madre de Hedwig, que huye de la casa) se atreve a decir las palabras que correrían el velo de complacencia: “son la ultraderecha”, “es un proyecto criminal”.

Hoy, entre nosotros, esas palabras tampoco se dicen en la prensa argentina, que escucha acobardada los ruidos detrás del paredón y sólo se preocupa por la “gobernabilidad”.

 


jueves, 14 de marzo de 2024

A quien corresponda



sábado, 9 de marzo de 2024

Vidas de María

Por Daniel Link para Perfil

¡Para qué se me habrá ocurrido mandarle una autofoto (¡yo, que detesto hasta la sola idea de la “selfie”!) leyendo su libro recién recibido! Lo primero que me reprochó fue mi seriedad: “esa cara de culo quiere decir que no te gustó”. Lo segundo que hizo fue postear la foto en Instagram (¡red de narcisistas irrecuperables!) y el informe diario de “likes”. “Ya llegamos a cuatrocientos”.

Obviamente, esa tortura cotidiana era una demanda de lectura (cosa que iba a hacer, por deseo y necesidad). Pero lo que precipitó los acontecimientos fue una segunda foto de mí leyendo su libro acostado en un camastro marplatense. “Es un vago” mandó a comentar a una de sus esbirras para apurarme.

Pues bien, leí Pero aun así de María Moreno. Por supuesto, la “Introducción” reproducía muchos de nuestros diálogos, pero sin mis respuestas. Se queja de que ahora escribe con un solo dedo. Yo le había contestado “tanta diferencia no hay: antes escribías con solo dos”. Deplora el resultado de “letras comidas, palabras intercaladas”. Es lo que sufrí durante una década, cuando fui su editor en Página/12 (la contraparte es la admiración por un pensamiento que avanza más rápido que la propia capacidad de escritura).

Lo más importante del libro último de María Moreno es que abre una nueva habitación que sabíamos que estaba ahí, pero que María había ocultado con perversidad: “leo sin claves teórico-críticas”, dice todavía, cosa que la primera sección de Pero aún así desmiente categóricamente. Para mí es la parte más bella (más inesperada) de un libro todo él precioso: ahí María lee literatura puesta bajo el dominio de los nombres de mujeres. Es como un seminario condensado y yo, que cuando coincidimos alguna vez en San Francisco me quedé con ganas de escuchar sus clases, disfruté de cada capítulo como un alumno analfabeto en vastas materias mundanas (por supuesto, como María Moreno no acepta ningún elogio mío como tal, en páginas futuras evocará estas palabras para negarlas de plano).

Pero aun así quiere decir varias cosas al mismo tiempo: que, incluso cuando lo ficcional y lo autobiográfico se confundan, María quiere que en cada una de sus líneas, aun así, se lea que “esta soy y esta es mi vida”.

Superpongo a esa sabia consigna otra: aunque la literatura soporte el desprestigio de las causas perdidas, aun así leerla permite constatar que “mi vida” está entretejida con otras y forma parte de un comunismo vital que hoy más que nunca nos conviene sostener. Nuestras vidas en común, Moreno, qué felicidad.

 

martes, 5 de marzo de 2024

¿Quién no ha acariciando una media ilusión?

“La única manera de construir poder es ceder poder. Algo que hasta ahora Milei no hace. No le resulta fácil, tiene tan poco poder que no le sobra ni para muestra. Por eso el maratón de fingimientos con el que gestiona, en la ilusión que el discurso está por encima de la realidad. Una falacia técnica que prueba que también en semiótica el gobierno atrasa. Si no fuera así, el peronismo no hubiera sacado el 44% de los votos en el ballotage, ni mantendría un muro de bloqueo al oficialismo con 100 diputados y ya casi 40 senadores -son los que se juntan en estas horas para rechazar el DNU 70-.” 

Ignacio Zuleta para Clarín

 

 

lunes, 4 de marzo de 2024

domingo, 3 de marzo de 2024

Advertencia número 7


 

sábado, 2 de marzo de 2024

Gente de bien

Por Daniel Link para Perfil

Ya me dan arcadas cada vez que alguien dice “gente de bien” y “personas de bien”. En principio, ignoro a quienes se incluye en ese colectivo, cuyas filas no me siento llamado a integrar. ¿Tendría que compartir sonrisas cómplices con los nefastos aplaudidores de todo gesto de derecha, tal como puede verse en las señales de noticias de cable?

Peter Ptassek, el embajador alemán en Colombia dijo en mayo de 2021, cuando aquel país ensayó una división como la que hoy aquí pretende instalarse: “¿La gente de bien, quién es? ¿La que acata leyes, paga impuestos, tiene empatía con los vulnerables, protege el medio ambiente, promueve la paz, defensora de DDHH y de la sociedad civil, no vandaliza ni acaba con los bienes públicos? Si esa es la gente de bien, ¡no me la critiquen!”.

Entre nosotros, por el contrario, gente de bien es la que aprueba la vandalización y la destrucción de la cosa pública, la que se burla de los derechos humanos y ambientales, la que desprecia a los vulnerables y anhela su desaparición, la que fuerza las leyes o directamente las elude en su propio interés, la que evade impuestos y se beneficia de cuanto régimen de privilegio exista.

La “gente de bien” vive no de los privilegios sino que prospera en los privilegios. Por lo general la gente de bien responde al mantra de los nombres familiares. Son colectivos que operan a partir de un totem protector: los Menem, los Caputo (¡había tantos!), los Macri, los Tales y los Cuales.

Las personas de bien son las que obedecen ciegamente a un mandato, que interpretan como un Zeitgeist: ahora es así, caiga quien caiga y cueste lo que cueste.

sábado, 24 de febrero de 2024

Todo pasa y todo queda

Por Daniel Link para Perfil

Mar del Plata cumplió años. La historia de la ciudad puede pensarse en fases, la primera de las cuales concluye con la fundación oficial por parte de Patricio Peralta Ramos el 10 de febrero de 1874, en una estancia de su propiedad, a partir de una misión jesuítica denominada Nuestra Señora del Pilar de Puelches, que más tarde recibió el nombre de “Puerto de la Laguna de los Padres”.

En 1519, Magallanes había visitado las playas de Punta Mogotes, a las que denominó “Punta de Arenas Gordas”. Francis Drake se atrevió a llamar Cape Lobos al hoy Cabo Corrientes por razones obvias y Juan de Garay habló de una “muy galana costa” cuando la visitó en 1581 (el nombre quedó coo designante de uno de los hoteles finos del balneario).

La misión jesuítica de 1746 llegó a albergar a cerca de quinientas personas, desperdigadas por los tehuelches del cacique Cangapol. En 1856 aumentó la población a causa del incremento de las relaciones comerciales con Brasil. El portugués José Coelho de Meyrelles instaló el primer saladero a orillas de la desembocadura del arroyo Las Chacras (por Punta Iglesias).

En 1877, inicio de la segunda fase, Pedro Luro se puso al frente del saladero y desarrolló la agricultura, construyó un muelle e instaló un molino harinero. En 1886 llegó el ferrocarril. Ya había hotelería, porque la oligarquía provincial acompañaba sus envíos cárnicos al saladero cada tanto, pero el turismo se generalizó a partir de entonces (de 1888 es el primer “Reglamento de Baños”). El 19 de julio de 1907 la legislatura aprobó el proyecto que declaró ciudad a Mar del Plata. Para entonces, todos los patricios tenían ya sus terrenos y sus casas. Los Mitre, los Anchorena, los Bunge, los Peralta Ramos, los Ocampo. Replicaron, sin imaginación, los nombres del tablero porteño (aunque en otro orden).

En la fase siguiente, el peronismo desembarcó con sus proyectos de turismo para todos y todas. La construcción de los hoteles sindicales domina la transformación urbana.

La fase actual ya no es ni burguesa ni obrera. Su nombre se nos escapa. Predominan los condominios y las playas privadas hacia el sur de la ciudad (en los alrededores del Faro), que se llevan bien con el estilo de vida neoliberal (posclasista). Pero hay un resto que también nos interpela.

Amancio Williams y su esposa Delfina María Teresa Gálvez Bunge formaban parte de una rama progresista de la burguesía argentina. El padre de Amancio había comprado unos terrenos forestados por Matilde de Anchorena que habían pertenecido previamente a Emilio Mitre (nótense los apellidos), con la intención de hacerse una casa fuera del eje turístico de la ciudad. Alberto Williams le encargó a su hijo un proyecto que éste, inspirado por las ideas de Le Corbusier (con quien había trabajado en la famosa Casa Curutchet de La Plata), inscribió en el más puro modernismo.

Casi todo el mundo lo sabe: la casa adopta la morfología de una casa chorizo típicamente criolla, erigida sobre un puente de hormigón sobre el arroyo Las Chacras. El conjunto ha llamado la atención de historiadores de la arquitectura y del arte por el modo en que la pureza constructiva se inscribe en un ambiente “natural” (Matilde plantó robles y no árboles nativos, por cierto). El arroyo, que hoy está entubado, será replicado artificialmente para que se recupere el efecto de Blancanieves meets Astroboy.

La casa, de proporciones exquisitas y una acústica perfecta (Alberto era músico), fue vendida y luego abandonada en 1977. Vandalizada, podía visitarse a partir del cambio de siglo como un emblema del odio que la inteligencia puede suscitar. Luego, a partir de 2018 comienzan las tareas de restauración que continuaron hasta hace unas semanas, cuando la casa fue oficialmente abierta al público como Casa Museo bajo una felicísima gestión de la Municipalidad de General Pueyrredón.

Cada quien verá lo que quiera en ese dechado de virtudes que es la Casa sobre el arroyo. Yo eligo las connotaciones acuáticas: la casa es como un barco, que atraviesa los tiempos. O también políticas: otra cosa es posible, más allá del populismo (de izquierda o de derecha) que arrastró a Mar del Plata a un desgarramiento feroz.

Hoy el barco parece a la deriva, pero la misma existencia en concreto de una idea más allá del resentimiento nos salva del pesimismo existencial. Los males pasan, la inteligencia queda.

sábado, 17 de febrero de 2024

Libertad y cultura

La cultura se la banca y la imaginación sobrevive a todo. Por eso la política es ahora destruir a las personas, como soporte material de la cultura y la imaginación. “Acabar con el gramscismo” no es una consigna filosófica sino biopolitica. Pero la gran tradición cultural latinoamericana es communalista antes de Gramsci y con prescindencia de él. ¿Qué harán con eso?



Capitalismo y esquizofrenia

Por Daniel Link para Perfil

El problema es que nos pidan que aceptemos todo ciegamente, sin explicaciones. Sobre todo en un contexto de contradicciones agudísimas que no soportan el menor análisis. Los libertaristas, en su ignorancia, pueden aplaudir al mismo tiempo el abrazo a fuego de las ideas más individualistas y, al mismo tiempo, la identificación con la causa del Pueblo de Dios (el pueblo judío) que, como cualquier persona medianamente culta sabe, es una causa colectiva. No es posible, ni lógica ni éticamente, exaltar el mérito individual, la fortuna personal, el propio deseo, la liberación total de las energías del yo en nombre del Pueblo; y tampoco se puede identificarse con quienes dan forma a un Pueblo y lo establecen como patrón de medida de una moral en nombre de los individuos. Las religiones en general niegan la libertad individual, a la que ponen (en el mejor de los casos) como un asunto de libre albedrío, y lo hacen porque abrazan dogmas según los cuales hay pre-destinación, premios y castigos que se aplican uniformemente, es decir: colectivamente. En esos contextos mitológicos, uno puede decidir “libremente” pero debe atenerse a las consecuencias, que están ya fijadas de antemano. La exclusión es la operación principal de los pueblos (religiosos).

No se entiende la necesidad de tales cachiruladas argumentativas que no hacen sino opacar la relación con al verdad de quienes sostienen discursos públicos y terminan enredándose en laberintos de arena. La Sra. Pat(ética) Bullrich cree conveniente adaptar para Argentina el modelo de seguridad de El Salvador. Desde allá le contestan que nada que ver, son dos dimensiones muy distintas.

El Poder Ejecutivo envía al Congreso una Ley-Cachivache, que va perdiendo retazos por el camino. Luego se sabe que lo único que le importaba al Gobierno era el control de los fondos fiduciarios. ¡Haberlo dicho! ¿Quién podría negarse a una gestión transparente de esos mamarrachos presupuestarios?

Una ley sencilla que explicara claramente qué se pretende hacer con ellos habría bastado para convencer a tirios y troyanos. En vez de eso se elige la vía demente, el double bind (dos mandatos contradictorios imposibles de cumplir al mismo tiempo), y el sadismo paranoico.

sábado, 10 de febrero de 2024

Lectura de verano

Por Daniel Link para Perfil

No suelo leer en vacaciones. Como es lo que hago todo el resto del año, prefiero invertir mi tiempo en tareas menos habituales: pintar, lijar, barnizar, hacer jardinería. A veces traslado libros que vuelven de las vacaciones intactos. Al volver los miro con pena, porque sé que ya no voy a poder leerlos: otras cosas se me impondrán con plazos determinados.

Pero durante la semana que pasé en Mar del Plata leí un libro extraordinario que me reconcilió con la lectura inconsecuente, porque sí y, todavía más, con las potencias de la literatura que, pese a todo, permanecen intactas.

Un libro bueno, la literatura de verdad, vuelven importantes para nosotros cosas que no lo son. ¿Qué me importan a mí los chismorreos de unas mujeres de clase alta neoyorquina? Absolutamente nada, hasta que leo Plegarias atendidas de Truman Capote. ¿Qué pueden importarme los pareceres de un joven sobre lo que pasó en una fiesta en la que él no estuvo? Poco y nada, hasta que leo Glosa de Saer. ¿Y a quién podrían importarle las desventuras de un abogado fracasado que ingresa al clero y se dedica luego a las misiones evangelizadoras por el mundo del siglo XVIII hasta que se ve obligado a abandonar el barco en el que lo transportaban y a navegar a la deriva en un botecito por mares desconocidos y ominosos hasta llegar a un islote que no es tal sino un volcán en erupción? Por supuesto, ¡a nadie!

Y uno podría persistir en ese desinterés si no fuera por El náufrago sin isla de Guillermo Piro, que nos obliga a considerar como propios cada uno de los pormenores de la vida de Salvador de Liguria, pero en particular por detalles insignificantes como las reglas del Aluette (que en Wikipedia aparecen como similares a las del Truco).

Más allá de su valor específico (contar una historia en particular, y hacerlo bien, a través de una lengua rica en pliegues sintácticos, luminosa en metáforas y, sobre todo, sostenida en un ritmo que no decae a lo largo de sus ocho capítulos), El náufrago sin isla nos devuelve la confianza en las potencias de la literatura: la novela de Piro nos fuerza a pensar en asuntos que no nos interesaban y a abrazarlos con necesidad maníaca. Por supuesto, esa es una cualidad sólo de la literatura de verdad.

sábado, 3 de febrero de 2024

¿No hay plata?

Por Daniel Link para Perfil

Un compañero de trabajo me pregunta cómo se puede explicar que editar un libro en Europa (uno de esos libros de los proyectos de investigación colectiva de los que participamos) salga 2.000 euros y en tal editorial argentina por el mismo servicio pidan 5.000 dólares.

Le contesto, un poco distraido (estoy de vacaciones): “es que acá se roba mucho”. Me responde indignado por la superficialidad de mi comentario y mi falta de oportunidad. Pero, más allá de la retórica, creo que gran parte de la psicosis argentina tiene que ver con un double bind que cualquiera que haya tratado de comprar algo en las últimas semanas habrá verificado.

Escribo desde Mar del Plata, donde todo se negocia en cash o transferencia bancaria. La manía se explica un poco por la altísma inflación (en Mar Chiquita, un chiringuito nos informó que no pueden servir carnes porque no saben a qué precio cobrarla), pero es un hábito bastante federal y extendido desde hace años: al evitar la bancarización, se evaden impuestos. Los restaurantes entregan como comprobante de pago una “pre-factura” que carece de todo valor impositivo. Una cena: si uno paga con billetes contantes y sonantes (¿pero cómo uno podría caminar con semejante bulto en los bolsillos?) hacen descuento, si uno paga con transferencia bancaria, no. De tarjetas de crédito, ni hablar.

Fuimos a comprar un tacho de basura para la cocina a esos grandes almacenes de productos para el hogar. En la caja, una pareja muy joven generó un pequeño revuelo. Habían gastado más de lo que se autoriza sin declarar la identidad (número de CUIT, esas cosas). Se negaban a que los registraran, sobre todo, decían, porque iban a pagar en efectivo. Para demostrar tal propósito, sacaron de una mochila una parva de billetes de 500 (sin considerar la denominación, equivalía al bulto de un secuestro extorsivo en las películas). Les aconsejaron, para guardar el anonimato, que partieran la compra en dos y la registraran en dos cajas diferentes (ahora que escribo, censuro mi falta de curiosidad sobre lo que había en el carrito: ¿habrán sido una pareja de asesinos seriales que llevaban serruchos para trozar cadáveres?).

Era obvio que el joven comprador no quería que le preguntaran de dónde sacó todo ese dinero. Ni qué hablar de los estacionamientos en las playas o en la ciudad, los servicios de carpa, los consumos en los bares. En diez días no hemos visto un solo comprobante fiscal.

Existe una clase media con todavía alguna capacidad de consumo, pero en modo alguno dispuesta a pagar impuestos o procurar que alguien los pague. Es lógico, en ese contexto esquizofrénico (“no hay plata”, por un lado, pero la plata circula sin control, por el otro), que la “economía informal” se lleve puesta a la otra.

No es mucho lo que se les puede pedir a quienes veranean en Uruguay u otros destinos fuera del país, pero quienes anden por acá, deberían exigir comprobantes fiscales para que los impuestos sobre la ventas se calculen sobre los montos verdaderos. El CONICET y los comedores escolares, agradecidos.

 

sábado, 27 de enero de 2024

Barthes y la burguesía

por Daniel Link para Perfil

Roland Barthes echaba, literalmente, humo: Me refiero al altísimo estante de mi biblioteca, donde están ordenados sus libros (muy cerca de Brecht, por razones obvias). Al costado de ese estante hay una de esas cajas de electricidad donde se cruzan todos los cables. En ese nudo se produjo un calentamiento que pronto devino en chispas y derretimientos que, fotografiados, parecían fantasmas de fetos (no sé si esa figura cae dentro del progresismo o no).

Hubo que llamar a un electricista. El dictamen fue severísimo. La línea montante de la electricidad que pasaba por esa caja debía cambiarse, desde el sótano hasta el cuarto piso que habitamos. Sea. Vino un electricista que descubrió que no se sabía bien por dónde subía esa línea, porque en el lugar previsto había una puerta que había obligado al desvío, figura que Barthes analizó con fruición.

Para encontrar el recorrido, se encaprichó con picar las paredes, levantar el piso de madera y picar también la base de cemento. Yo atiné a proponer que, en lugar de semejante capricho demolitivo, ¿por qué no probaban ver si pasaba por el tercer piso? Dijo que no, no, no. Y siguió rompiendo (mi estudio, las pelotas, las paredes).

Decidimos prescindir de sus servicios, en favor de dos electricistas de una imaginación poderosa. Dijeron que, efectivamente, la línea pasaba por el departamento de abajo. No es frecuente que así sea.

Ebrio de alegría, les expliqué lo que él no necesitaba saber pero yo sí necesitaba decir. El edificio donde vivo era propiedad de una familia de la alta burguesía de provincias, que lo usaba en sus viajes a Buenos Aires, lo que explica la morfología de cada unidad: son departamentos de un dormitorio, con dependencias de servicio, y arriba hay dos departamentos agregados con una proliferación disparatada de placares donde se guardaba la ropa blanca de todas las unidades y donde vivía el personal doméstico permanente.

Las señoras viajaban con sus damas de compañía. Los señores con sus mayordomos. Del resto se encargaban los locales.

Termino mi recorrido histórico con este veredicto: “es un estilo de vida para nosotras inconcebible”. Me han escuchado con una paciencia que sólo se ve recompensada cuando introduzco un pormenor específico: por eso, el edificio es prácticamente una unidad de vivienda única y las líneas montantes de electricidad suben todas juntas.

Ellos, con su poderosa intuición, habían llegado a la misma conclusión que yo, que sostengo una fascinación barthesiana por la historia de la burguesía.

sábado, 20 de enero de 2024

Amores desiguales

Por Daniel Link para Perfil

Cada vez que llegamos a la casa, la misma historia. Rita, la perra negra gime, jadea, gaña, aúlla, gruñe, refunfuña. Se me abalanza cuando abro el portón y me abraza. Entiendo lo que dice: “¿por qué me dejaste? No puedo estar sin vos. He sufrido mucho. No vuelvas a irte. ¡Por fin volviste! Estaba desesperada. No he parado de extrañarte”. Tanto da si salí hace una hora para ir al supermercado o si hace un mes que no la veo. Lola, la perra rubia, en cambio, sólo le ladra a la otra con disgusto, censurando su actitud: “No te rebajes así”. Superado ese trance irritante, cuando bajo del auto Lola me está esperando con un palo, una ramita, o un manojo de hojas en la boca. “Estoy muy contenta de que hayas vuelto, acá te preparé este obsequio”.

Rita está siempre al borde del colapso nervioso, porque la abandonan, la castigan, la quieren poco, en fin: una intensa. Lola disfruta más de la vida, quiere a todo el mundo por igual y no de forma tan reconcentrada. Es capaz de sobrevivir sin mi, pero manifiesta su cariño con presentes (intenta hacerme creer que lo del regalo no fue una ocurrencia del momento sino que estuvo preparándolo durante mi ausencia).

Me conmueve que se hayan criado juntas y sin embargo sean tan diferentes. Hay cosas de raza que influyen, claro: Rita es más ovejera y por lo tanto cuida los perímetros. Una vez que entró alguien al jardín, se desentiende. Lola es más doberman y no deja de amedrentar a los “intrusos”, aunque sean invitados de siempre. Pero en cuanto a la manifestación del amor y la dependencia no he encontrado manual de psicología perruna que lo explique.

 

sábado, 13 de enero de 2024

Bajo el volcán

Por Daniel Link para Perfil

En un país dominado por una psicosis estimulada por un grado de narcisismo y de fantasía hetero-televisiva que mueve antes a la arcada que a la risa cómplice (operativo “Ni tan rápido ni tan furioso”, mis perros / mis hijos) y un delirio megalómano ante el cual la Dra. Fernández parece casi una Cinderella todavía no tocada por la varita mágica, la solución de “fingir demencia” y seguir adelante parece hasta razonable.

Circunstancias personales me tienen atado al conurbano, pero disfruto ejerciendo la crítica de las coberturas vacacionales que me llegan por whatsapp. En un grupo de trabajo, una colaboradora manda unas fotos de México tan desabridas que mueven a la censura: unos luchadores enmascarados fuera de foco, una playa cualquiera, un cantero urbano, una piedra de dos metros tallada como una verga... Le digo: con perdón por la licencia, tus cobertura fotográfica es una chotada.

Días después recibo uno de esos mensajes de spam que a veces comento con Rafael Spregelburd. Las herencias africanas han desaparecido y en su lugar me llegan facturas por los servicios más peregrinos. La última que recibí fue emitida por el Hotel Barceló de Guatemala City, a mi nombre pero con un número de documento que no es el mío. Decido fingir demencia y mando una captura de ese documento fraguado a las participantes de ese grupo de trabajo, con un par de fotos de Guatemala tomadas de internet. Una persona exclama: “¡No sabía que estabas en Guatemala!”. Y otra pregunta por una pirámide pixelada: “¿Eso dónde es?” Tikal, contesto luego de verificar el pie de imprenta de la foto en la página de la que la robé, y agrego una foto del aeropuerto “La aurora”. “Ya estoy volviendo”.

La demencia (fingida o real) es generalizada: les parece verosímil que yo esté en Guatemala tanto a quienes saben el umbral de miseria ante el que, en general, nos encontramos, como a las personas que han recibido fotos de las comidas que preparo en mi retiro suburbano.

Me doy cuenta, además, del poderoso efecto de verdad que tiene la fotografía, esta vez acompañada por un fragmento de pdf en el que figura mi nombre (también hay artículos académicos de un homónimo mío que aplica las matemáticas al análisis de jugadas de fútbol y nunca se me ocurrió que alguien pudiera pensar que se trata de mí). Mis fotos guatemaltecas eran idénticas a las fotos mexicanas que había recibido, aunque yo no estaba en ellas.

Por un lado, vivimos un presente cada vez más enigmático en términos de existencia. Y, por eso mismo, las personas se aferran con uñas y dientes a cualquier indicio que refrende el ser y el estar en el mundo, por más falsificado o improbable que este sea. Todo lo que nos aparta de la convicción de que existimos es visto como un obstáculo afectivo, existencial, micropolítico. La burocracia, claro, en primer término.

Sólo así se explica el abrazo de prestigiosos columnistas de los grandes diarios a un liberalismo de despedida de solteras, que no resiste el menor análisis histórico o conceptual.

Pero también la adhesión de las víctimas al ideario de sus verdugos. Resulta por lo menos raro que quienes se han venido beneficiando de un sistema de subsidios (por ejemplo, padres y madres que han obtenido resoluciones judiciales para que las prepagas paguen las cuotas de los colegios privados a los que mandan a sus hijos, amparados en la ley que protege las discapacidades, y está bien que así sea) ahora consientan la destrucción de todo el sistema de compensaciones que hace que una sociedad se reconozca como democrática.

Habrá que pensar qué decirle a las jóvenes de género masculino que tantas esperanzas pusieron en la discontinuidad y en la liberación de energías. Se me ocurre que ya estarán entendiendo que las energías se liberan con aumentos según los precios internacionales de extracción del crudo y dividendos para las multinacionales y que todo exceso de energía (tres o más reunidos en la plaza del barrio un, digamos, 21 de septiembre) será perseguido por las Fuerzas.

Más allá de su vulgaridad, los nombres que la Ministra de Represión no teme pronunciar en público (“Fruto prohibido”, “Paquetes duros”) son un indicio de lo que nos espera. Chicos, chicas, disculpas por tanto cinismo y tanta ignorancia, finjamos demencia y aguantemos bajo el volcán guatemalteco o cualquier otra realidad alternativa.

 

jueves, 11 de enero de 2024

Advertencia número 6




La brutalidad, al alcance de todos...

 

 

(Después se desgarran las vestiduras por los usos inclusivos del lenguaje en nombre de la corrección lingüística)

sábado, 6 de enero de 2024

Las fuerzas

Por Daniel Link para Perfil

“Las fuerzas” operan, desde hace un mes, en dos dimensiones. Están “las fuerzas del cielo”, que el presidente invoca irresponsablemente y están “las fuerzas de seguridad”, que la Ministra de Represión manda imprudentemente. Entre unas y otras hay una atadura fuerte que hace desconfiar de ese cielo cada vez más ominoso. Cualquier espacio habitado por Dios y por él ordenado es de temer, por supuesto, pero Milei lo lleva a un nivel de pura destrucción y exterminio.

Ya la sola invocación de “las fuerzas” suena un poco primitivo, sobre todo porque es bien sabido que lo que importa es la potencia (“matemáticamente, la potencia es el resultado de multiplicar la fuerza por la velocidad de ejecución en un determinado movimiento. Esto significa que un mismo valor de potencia puede obtenerse desplazando muy poco peso muy rápido, o movilizando muchos kilogramos muy despacio”).

Más allá de la física, en la teoría política también hay diferencias. La fuerza es lo que produce estado de excepción y, una vez éste instaurado, produce vida desnuda o vida “sacra”, si sacer designa en primer lugar una vida que puede ser asesinada sin cometer homicidio, como las primeras deposiciones presidenciales subrayan con algarabía y que personajes sobrevivientes de regímenes caducos han anunciado al hablar de “orcos”. Esa primera separación entre humanos y los que no lo son no es una metáfora sino que designa toda una política sobre lo viviente: “gente de bien” contra “orcos”, como principio. De ahí en más, el exterminio. Aunque seamos pocos, nos asisten las “fuerzas” (represivas) del cielo.

La potencia, en cambio, se define como aquello que no tiene ninguna relación con el ser en acto. El acto, así, deja de ser el cumplimiento de una potencia. Vista de ese modo, la potencia puede alcanzar un umbral destituyente, es decir: que no se resuelva nunca en un poder constituido.

A la máquina antropológica mileinarista (que opera sobre lo viviente a partir de una división primera que define lo humano y lo ciudadano con un recorte hostil a las diferencias) debemos oponer una antropogénesis que ponga a la potencia en su horizonte. La potencia es, incluso, la posibilidad de la negación. Decir “no” a “las fuerzas” es empezar a pensar.